No es suficiente con sentir amor por alguien, es necesario que ese amor sea correspondido. Con qué tiene que ver el hecho de sufrir por amor; tal vez esa es la
pregunta del millón, tal vez es el ego el que habla cuando lo que tendría que tener vos es la capacidad de saber perder frente a la realidad. Pero:
¿Qué es lo que se pierde? Sobredimensionamos la pérdida cuando se trata de nuestra vanidad.
Dónde está escrito que una relación que inicia tiene que continuar por siempre, en que lugar se encuentra el contrato que dice que a fuerza algo tiene que funcionar, y que el objeto de nuestro amor tiene que permanecer así como lo queremos.
A veces me pregunto si todas estás ideas sobre el amor que tenemos no es más que un contagio social, que viene impregnado de creencias sobre obtener algo y acapararlo, no sería mejor encontrarse con alguien y disfrutar de la compañía mutua, tal y como ambos lo desean, permitiendo que sea lo que naturalmente se dé.
Sin embargo eso no es así, y me parece que el dolor de perder un amor es una respuesta a un comportamiento típico: el de actuar con alguien como si le quisieras y sin embargo verbalizarle que no es así, en psicología eso se llama doble vínculo, el segundo mensaje anula el primero, confunde al que lo recibe, y la relación poco a poco se torna ambigua, lo que no es nada saludable para una dinámica de intimidad. Entonces hay dos lados en la historia, uno que envía mensajes contradictorios: “actuó como que te quisiera, pero te digo que no es más que una experiencia”, en otras palabras: “lo que estamos viviendo no significa nada más que atracción, esto no es una relación”. Ah!, entonces ahí está la carnada, como todo es dual, y en el encuentro con el otro esto no podría ser de otra manera, la persona que recibe este mensaje doble, empieza a sentir que si hace algo más ese aparente cariño, terminará convirtiéndose en amor verdadero. Estás dinámicas son más evidentes de la siguiente forma, en una relación la persona que está fuera de contacto con sus sentimientos, es quien envía el mensaje ambivalente y lo que produce que la otra persona piense que componiendo algo obtendrá el vínculo. Entonces lo que sucede es que en los encuentros la persona ambivalente envía señales confusas, se comporta como si estuviera en realidad interesada por la relación, da muestras de afecto y cuidado, sin embargo al mismo tiempo en las conversaciones cotidianas le hacen saber al otro que lo que está sucediendo entre los dos no tendrá un significado posterior, ni tampoco un camino a seguir, es decir se cuarta la experiencia y se la fragmenta antes de tiempo, lo sano para los dos sería vivirlo, por un lado que la persona interesada por la relación le de tiempo al tiempo, mientras que la relación va madurando y en torno a las afinidades se vuelve un vínculo duradero, y por otro lado que la persona ambivalente no rompa antes de empezar a sentir, tal vez sería más sano permitirse sentir, vivir y luego recién decidir si eso va o no va. Eso sería dejar que se desarrolle o se eche a perder en forma natural lo que se ha iniciado y no forzar defensivamente como sucede en estos casos a que algo que recién está empezando esté constantemente en la cuerda floja, bien porque se le da un descredito de entrada, con la idea de que nada más puede suceder, o porque se presiona demasiado a que el vínculo se desarrollo rápidamente para asegurar la permanencia del otro.
Son dos reacciones que nada tienen que ver con querer conocer al otro y ver si se podría transitar en compañía un tiempo de la vida. Estas reacciones son un sabotaje al vínculo, porque de entrada se le pone presión, y no se da la posibilidad de descubrir quién es el otro y quienes somos cuando estamos juntos.
JUNTOS.
Si juntos, porque el encuentro con otra persona es el tercer elemento, el que se forma, el nosotros, y es ese nosotros el que vale la pena conocer y de ser el caso profundizar. Cuando el encuentro con otra persona se lo vive libremente ese contacto tiene el potencial de transformarnos, simplemente porque la otra persona representa todo un mundo de aprendizaje, y con ese aprendizaje podemos ampliar nuestra visión, y trazarnos nuevos retos hasta entonces desconocidos. Ese otro puede nutrirnos de sus experiencias, de su forma de ser, de su manera de ver el mundo, todo lo que el otro es y yo no soy es un regalo que puede conducirnos a una revelación sobre un mundo lleno de posibilidades en el cual nos podemos experimentar de múltiples maneras hasta entonces no contempladas.
Para que eso suceda sin embargo, el riesgo es que en el intento podemos enamorarnos, empezar a amar de verdad, puede suceder que ese otro nos llegue a gustar más, y que la atracción de primer momento poco a poco se convierta en complicidad, admiración, cariño, placer y muchas otras cosas más. Ese es el regalo de la valentía para vivir, que algo surja y nos transforme; nos haga más generosos, más libres de ser y hacer lo que auténticamente sentimos. De vivir una historia que al fin y al cabo valga la pena.
Dra. Isabel Ayala Vera.
PSICÓLOGA CLÍNICA
INGENIERA COMERCIAL
ANALISTA JUNGUIANA
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Los derechos del texto y las fotografías son de Paola Isabel Ayala Vera. Se puede citar el presente artículo con la debida referencia