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LA PÉRDIDA DE IDENTIDAD EN NOMBRE DEL AMOR.

El compromiso con otra persona en una relación de pareja, exige que los dos se acoplen a una nueva realidad, para que pueda avanzar en el tiempo.  Esto implica abrir espacios en común para poder compartir y desde ahí construir el vínculo.

 

Esto sería lo natural y sano en el propósito de ser pareja; así como también sería saludable para los dos, que en ese nuevo espacio llamado relación, se dé por sentado el respeto a la individualidad del otro.  Ese otro que tiene sueños, anhelos, ilusiones propias, que deberían ser tomadas en cuenta. Las características personales de cada uno forma la sustancia indispensable de la cual se nutrirán los dos. Cada uno con lo que es, con sus recursos, con sus peculiaridades sumará a la relación algo único. Eso se esperaría.

 

HABLANDO DE VIOLENCIA.

Este tema tan trillado actualmente, en todas partes encontramos posturas en contra de la violencia, especialmente la explicita. Especialmente la que se puede ver.  Pero hay otra violencia, una más silenciosa, más camuflada, más aceptada socialmente, muy sutil, una que en nombre del amor se la puede ejercer sin miramientos. Esa violencia muchas veces no se la conoce con ese nombre, se le da nombres más elegantes, más sugestivos. Esa violencia se la ejerce a diario sobre el otro, sí es continua y persistente, en un momento puede parecer parte indispensable de la relación.

 

Esa violencia se manifiesta en la tarea de perfeccionar al otro desde el modelo que se tiene en mente, desde el ideal de lo que el otro debería ser, de lo que la relación debería ser, de lo que la vida debería ser.  Esa violencia como una gota de agua que cae sobre la piedra, romperá en cualquier momento la individualidad del otro, volviéndolo un producto en construcción. Donde los sueños e ideales propios quedan teñidos por la exigencia de ser lo que la pareja espera que sea. 

 

Es una relación de poder en que uno de los dos sabe que es lo mejor y el otro no, en que uno de los dos tiene un plan de cómo debería desarrollarse la vida y el otro lo tiene que seguir, en el cual uno de los dos pone las reglas del juego y el otro las cumple, en que uno de los dos dice cómo, cuándo, con quién y el otro obedece.  El poder ejercido de esta manera sutil y solapada, por el bien de la relación, va consecutivamente minando la autoestima del que a fuerza de diálogos se volvió sumiso, y entrego la autoridad a esa o ese que si sabe cómo hacer las cosas. En definitiva es el proceso de lavado de cerebro.

 

Reconocer  a uno de los miembros de la pareja como autoridad que tiene la última palabra y no como un igual con el cual se va descubriendo la vida en compañía; abre una brecha emocional,  que puede ir desde el simple consejo “esto es mejor para ti”; hasta “aquí se hace lo que yo mando”.  Dentro de esta gama de posibilidades hay uno que gana y otro que pierde. Muchas veces la gente desde fuera lo ve claramente, el implicado no lo percibe, no lo puede ver porque ha perdido la capacidad de hacerlo, ahora ve la vida desde ojos ajenos, y con eso su criterio propio se ve mermado considerablemente. Y se ha normalizado ese tipo de violencia dentro de la relación.

 

en búsqueda de la propia identidad.

Se espera en un ser humano, que al transcurrir su desarrollo biológico, también se vaya realizando un desarrollo psicológico, es decir el encuentro consigo mismo, un desarrollo que le permita descubrir quién es, abrirse a la posibilidad de comprender sus propias peculiaridades y trabajar en ellas, encontrar desde ahí caminos de autorrealización.  Esta tarea continúa cuando una persona se encuentra en pareja, se supondría que el vínculo mismo creara tensiones que contribuirán a la ejecución de este quehacer, en el mejor de los casos sin coartarlo.

 

Llegar a ser uno mismo es todo un proceso de conciencia, de reconocimiento, de humildad frente a la propia humanidad, de empatía con los aspectos menos desarrollados de la personalidad en la misión de que se desarrollen, es el descubrimiento de gustos y preferencias, a los cuales se les quiere dedicar tiempo y esfuerzo.  Es el reto de avanzar en la vida de una forma única y autentica que solo es posible al darse el esfuerzo de verse y decidir.  Es la afinidad que se puede tener con sitios, situaciones y personas en el transcurrir de la vida. De verse humano de saber que se puede caer y también volverse a poner de pie.

 

el compromiso de pareja no es sometimiento.

Cuidar de la relación de pareja es el compromiso que se asume cuando se decide crear un vínculo comprometido, lo que sostiene una relación sana de largo plazo es sin duda la sinceridad y la lealtad al otro, es darle valor al camino que se va generando en compañía.  Pero no es dejar de ser uno mismo en ese intento, no es olvidarse del respeto propio, no es traicionarse, no es someterse, no es marchar al ritmo que toca el otro, sucumbir y dejar de creer en uno mismo por una confianza excesiva en el otro, es volverse apéndice no individuo.

 

Cuando una persona es de una forma el momento en que está sola y de otra cuando su pareja está presente, eso puede decir mucho del nivel de dominio que sufre, penosamente hay todavía  un nivel más grande de dominio, que lo pueden evidenciar las personas que conocieron antes al que ahora es dominado, y su comportamiento era más natural y espontáneo antes de la relación, ahora la persona sometida cuando está sola o con la pareja tiene un comportamiento estandarizado, como si hubiera una mirada increpadora invisible frente a la cual no se puede fallar, esta persona ha sido domesticada con éxito; el ser humano cuenta con muchos recursos para pasar por alto lo que no se quiere ver, y lo hace, pero su salud tarde o temprano manifestará esta opresión.

 

Esta constante y perpetua toma de poder, disminuye lentamente el autoestima de la persona sometida, y los ideas propias quedan sustituidas por los criterios, los preceptos e incluso los discursos ajenos, escuchar a uno es escuchar a los dos.  No hay discernimiento hay domesticación; ya  no hay individualidad hay simbiosis; ya no hay discrepancias hay adhesión; ya no hay consenso hay obediencia.  La verdadera posesión diabólica, es la que ejerce una persona sobre otra, y esa posesión puede destruir completamente su esencia.

 

volverse a levantar.

¿Se puede salir de esto? Sí, requiere asumir el dolor que se ha provocado uno mismo, asumirse dependiente, reconocer la propia inseguridad, percatarse de las carencias infantiles que ejercieron su influencia en este lío, reconocer la participación activa en aceptar lo inaceptable para la dignidad individual.  Esos reconocimientos serán muy duros, muy fuertes, demasiado dolorosos; sin embargo valdrán la pena porque para transformar la realidad hay que transformarse a uno mismo, y ningún proceso de cambio es indoloro.  Volver a retomar la vida después de una experiencia de dominio, no sólo es posible también es deseable.  Conectar con esas partes silenciadas de la propia psique y darles expresión se puede convertir en una tarea comprometida y llena de satisfacción, que devuelva el alma al cuerpo, realizando así la misión más importante de la vida, el encuentro con uno mismo. Espero que tengamos la valentía de llevar a cabo este encargo.

 

Dra. Isabel Ayala Vera.

PSICÓLOGA CLÍNICA

INGENIERA COMERCIAL

+593996050245

Los derechos del texto y las fotografías son de Paola Isabel Ayala Vera. Se puede citar el presente artículo con la debida referencia