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SOLTAR

Unos más tarde y otros más temprano tendremos que aprender a soltar aquello que amamos en la vida, el transcurrir del tiempo nos va mostrando el momento menos esperado que desde nuestra condición humana nada es infinito, y que el acontecer de sus ciclos nos ponen en la situación que aunque tratemos con todas nuestras fuerzas no podremos retener lo que es tiempo de dejar ir.  Esto sucede a nuestro alrededor el cambio es inminente en un estado de la vida, en una visión de nosotros mismos, en un afecto, en una calidad vital.  Simplemente en nuestra condición humana no está la posibilidad de cambiar lo inevitable.

 

Es un fuerte proceso que exige la vida cuando de un momento a otro algo tiene que cambiar, algo termina su existencia tal como la conocíamos, sea como ser o como experiencia.  Las personas que han ido despidiendo a sus seres queridos en el transcurso de la vida, saben que ese proceso de despedida es forzoso y que se tendrá que aprender a vivir con su ausencia, aquellos que tengan una fe de cualquier tipo, es más probable que puedan lidiar con el dolor desde la esperanza de que se volverán a encontrar después. 

 

Es tan fuerte la tarea de desprenderse, que no creo que haya preparación efectiva para el shock de la despedida de un ser amado o de una circunstancia de vida. 

PARADOJA DEL CAMBIO.

Hay cambios que pueden llevar al progreso, pero que de algún modo duelen también; sino a los seres humanos los momentos de pasar de una etapa a otra de la vida nos harían muy felices, hay veces que no es así, en medio de la alegre expectativa de cambio se cuela una tenue melancolía.  Para las madres que sienten pesar por el nido vacío y se lamentan de que esos espacios para compartir tiempo con sus hijos ya no existirán, por más que su hijo vaya a realizar su vida como mejor haya escogido, de ninguna forma esa oportunidad para él se convierte en un alivio de su ausencia.  El tiempo de la jubilación para una persona se puede convertir en una pérdida, porque aunque ahora se tiene todo el tiempo para lo que se quiera y que supuestamente antes no se hizo por cumplir obligaciones. No podemos olvidar que hasta que llegó este día la persona pasó décadas dedicada a un rol, a una rutina, a un estatus dado por su accionar, sin olvidar las relaciones que ese sitio de trabajo facilitaba, y que bien o mal construían su día a día; estas pérdidas no son menores.  Este par de ejemplos nos pueden mostrar como desestructura el cambio y aquello que ha estado en nuestra vida por mucho tiempo crea un lugar en nuestro interior que tiene un sentido y una contundencia,  es un vínculo y que al romperlo duele. Dejar partir es una tarea que dependiendo de cada uno se llevará a cabo de una manera diferente. Verse ya sin ese rol que se cumplió, por el cual la persona puso en muchos casos lo mejor de sí no es algo sin importancia.

la conciencia de lo transitorio.

La crisis de la mediana edad que en promedio se presenta a partir de los 40 años, nos va mostrando que no somos dueños de nada, que nuestra influencia en el transcurrir de la vida es mínimo, que todos los logros externos sólo se convierten en un evento en nuestra hoja de vida, que las verdaderas situaciones que marcarán nuestra existencia dependen de algo en que no tenemos ninguna injerencia y que por supuesto no lo quisiéramos vivir de ninguna manera.  Aquellas situaciones donde la vida nos quita, nos aparta, nos distancia, de eso que tiene un valor fundamental en lo afectivo y que constituye un espacio de nuestra identidad, nos exigirá en ocasiones abrazar nuestra cordura.

 

Aprender a seguir viviendo no sólo es el llamado, es la condición pues no hay otra elección, no podemos volver al estado anterior, no podemos restaurar lo que se ha ido, no podemos reemplazar lo que nos duele.  Sí hay algo que nos enrostra respecto a nuestra finitud son estos momentos.

retomar el camino.

Tal vez el camino se puede retomar cuando nos damos cuenta de lo que aún acompaña nuestra existencia. Qué hay de aquellos seres que todavía están aquí y ahora, a nuestro lado, qué hay de aquello que nutre nuestro día a día y lo tenemos a disponibilidad, que hay de aquellas opciones de experiencia que aún no hemos explorado, que hay más allá del dolor de la pérdida. Esa pregunta solamente puede ser respondida por cada uno.  Porque aquella pérdida nos exige cambiar, encontrar la fuerza en medio de la flaqueza de nuestro propio dolor. Es necesario reinventar un yo que pueda afrontar lo que ha sucedido o  ha dejado de suceder, y encontrar la posibilidad de lo futuro en el ahora.  Adaptarse al cambio es la maestría de la vida, y que los eventos de pérdida por los que todos los seres humanos nos vemos afectados no destruyan nuestra más profunda verdad.  Poder restaurar el corazón con nuevas ilusiones es la única medicina que permite curar la sensación de desamparo.

DECIDIR SU SENTIDO.

Llega ese momento en que tenemos que decidir el significado y el sentido que le vamos a dar a las vivencias amorosas cuando todo estaba bien, todo ese caudal de encuentros que ahora pertenecen al pasado, realmente nos han ido formando sin darnos cuenta, y nos han ido nutriendo para cuando llegue el cambio, y ahora que eso que amábamos ya no está,  seremos capaces de darle al tiempo compartido en antaño su valor para poder continuar nuestra existencia.  La decisión primera es si nos daremos tiempo para procesar el dolor de la pérdida y tal vez permitirnos ser amables con nosotros mismos y transformarnos en el intento. Probablemente nos encontraremos siendo  menos ingenuos, menos idealistas, menos fatuos; tal vez un poco más maduros, un poco más realistas y en el mejor de los casos un poco más serenos para seguir el sagrado camino de la vida.

 

Dra. Isabel Ayala Vera.

PSICÓLOGA CLÍNICA

INGENIERA COMERCIAL

+593996050245

Los derechos del texto y las fotografías son de Paola Isabel Ayala Vera. Se puede citar el presente artículo con la debida referencia